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José Enrique Santos | OPINIÓN «Educación Pública de todos para todos… hasta para ricos». Esta frase resume a la perfección el espíritu de las marchas que tuvieron lugar el pasado fin de semana organizadas por la Asamblea de Oleiros en Defensa do Ensino Público. Alrededor de un millar de personas recorrieron a pie las calles del Concello de Oleiros. Desde las puertas del IES María Casares de Bastiagueiro hasta el Parque José Martí de Santa Cristina. ¿Por qué puede sonar extraño? Pues porque es como si alguien reivindica la Titularidad Pública del Mar, de la costa, del paisaje, del aire o de la luz del sol… de esas cosas que se presupone que son ‘de todos’ y que son ‘para todos’. Que forman parte de nuestra cultura, de nuestra identidad, de todo lo (poco) que hemos conseguido durante años de esfuerzo, de no arrugarnos, de pelear. Y no sólo durante los últimos 30 años. La Escuela Pública nace en España con mandilón de cuadros: en fotografías sobre cristal tan retocadas que parecen dibujos animados. La primera Ley de Instrucción Pública data de 1856. La primera que ‘garantizaba’ una instrucción primaria a todos; por aquel entonces con una tasa de analfabetismo superior, incluso, a la del share del GH14 actual. Los pobres tendrían (tendríamos) ‘colegios’ que gestionarían las ‘monjitas’, como no; que (nos) enseñarían a leer y a escribir. Un espíritu, una manera de verlo que vive hoy en día. Aparecen, poco a poco, los Institutos, las Escuelas Técnicas, las Escuelas de Arte, las Escuelas de Oficios, las primeras titulaciones oficiales, los primeros requisitos del profesorado; incluso para los colegios privados. Se creaba una Instrucción Pública que iba ganado peso y responsabilidad dentro del aparato del Estado. Esa ley recibe, en 1931, su primer (y último) empujón. ‘Los Rojos’ comprendieron que la Escuela Pública era uno de los pilares fundamentales del Estado y llevaron la necesidad de una Educación Pública, Gratuita y Universal, y una escolarización obligatorias hasta las Cortes Generales. Grandes frases del estilo de la «Escuela Pública debe ser Social», «Aconfesional», «Integradora»; se escucharon entonces. Pero la idea de una Escuela Pública como garantía social permanecía ahí. Quien vino a continuación aprovechó el esfuerzo cuantitativo de años anteriores y ese concepto de «Pilar Fundamental del Estado» para imponer de nuevo la visión de Escuela Pública ‘para pobres’: segregación, riadas de dinero para la escuela privada católica a la que se consideraba, sin ningún fundamento, como la de ‘calidad’, visión paternalista de su labor social y orientación hacia la formación ‘del espíritu nacional’ o ‘católico’; una universidad elitista, ‘de excelencia’ y huérfana de todo lo ‘distinto’… al menos aparentemente; y una Formación Profesional como fábrica de mano de obra barata. Es curioso cómo lo que se hizo en 1939, en plena posguerra, suene, de repente, tan actual. No son pocos los autores que defienden que Franco hubiese tenido muchos problemas para imponer el franquismo si la guerra civil hubiese durado semanas en lugar de años. Aunque las comparaciones son odiosas y en este caso más, el Gobierno actual está utilizando la ‘crisis’ como excusa para desmantelar una idea de Bienestar que nos es propia (limitada, acomplejada, mezquina, cutre si se quiere; pero propia) para tratar de convencernos de que podemos prescindir de cosas que durante años han funcionado razonablemente bien, sin que haya el más mínimo atisbo de intencionalidad política o social detrás; más bien la esperanza descarada de obtener rédito económico del ‘reparto’ entre unos pocos de los recursos para ofrecer lo que es ‘de todos’. No es sólo la Escuela Pública, pero el caso de la Escuela es, quizás, el más sangrante de todos. Tras 40 años de educación pública «a lo LOMCE» (y muchos tendrán que perdonarme por definirla así), segregada por sexos, alejada de la realidad plural del Estado Español, fomentando la distinción para después separar por ‘iguales’, la imagen de la enseñanaza como una carrera de obstáculos, basándose en criterios espesos como la calidad, la excelencia o lo adecuado y con una idea casi castiza del mundo laboral, empresarial y académico; descubrimos que el nivel cultural medio del ‘paisano’ no era el de Paco Martínez Soria sino el de sus personajes: Entrañabes, sí… pero sólo cuando eran capaces de dejar atrás muchas cosas en las que creían… o en las que les habían enseñado a creer.

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