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Era 1928. Sus primeros pasos los dio por los mejores barrios de Buenos Aires. Sus padres alternaban varias casonas; pero la preferida parecía ser la del Barrio Alto de Palermo. De allí se trasladó a la ciudad de Córdoba, donde vivó hasta 1947. Él mismo se decía «cordobés»… En aquellos años, Córdoba recibió numeroso refugiados de la Guerra Civil española; a la par de alemanes vinculados al Nacionalsocialismo o al Socialismo («a secas») o liberales desde el Stalinismo o «Stalinistas» desde el liberalismo. Esa era la Argentina incombustible de las calles mojadas y las sombras azules de noches eternas que cantaba Cárlos Gardel. Mucha gente que conoció Argentina puede dar fe de la desilusión que supuso para ellos reconocer que las sombras en Argentina eran tan negras como aquí… La única militancia política que reconoció es la de la gente refugiada allí… renegada abiertamente de la militancia política. Ernesto repudió todo tipo de agrupación política (Argentina o no Argentina) empezando por el Peronismo y pasando por el comunismo, el liberalismo y el socialismo. Ernesto se instaló en Buenos Aires (de las sombras azules) donde estudió la noble carrera de la medicina. Pero Ernesto no era médico. Ernesto, en sí mismo, era un viajero. Ernesto viajó varias veces por América Latina, siempre con un destino que casi nunca alcanzaba; pero con una determinación que le hacía alcanzar otras cotas. En estos viajes, Ernesto iba definiendo poco a poco otra opción. Una suya, propia, inexistente. Libre entonces de toda consideración moral o ética. Debería ser puesta en marcha para que tal cosa pudiera ser testada. En uno de esos viajes, en Méjico, definió (más bien digamos que el joven e imberbe Ernesto «abocetó») su personal sentido de la libertad. Con él, se embarcó de la mano de un tal Fidel a la lucha por la libertad de la isla de Cuba. Con él entró en el Palacio de la Habana los primeros minutos del 1 de enero de 1959 mientras Michael Corleone trataba de poner tierra de por medio tras el disparatado intento de fundar unas Vegas cubanas (ahora lo intentan en Torrelodones… pero la música de Sabina no suena igual;). Era un primer paso de esos para los que no hay vuelta atrás. Por aquella época, Alberto Korda inmortalizó su rostro en una de las imágenes más repetidas y reproducidas de la historia de la humanidad. Ese símbolo «contracultural» de 1960 quedó «por designio de los dioses» ligado a este Concello de por vida. O al menos mientras un camión (o un camionero) no se lo lleve por delante en su «Nirvana» particular. Por vida la nuestra. La suya acabó de mala manera el 9 de octubre de 1967 (hace hoy 46 años) en un lugar inhóspito del mundo del que hemos hablado la semana pasada. Y nos referimos a los latidos de su corazón… porque para muchos ese corazón sigue latiendo en el pecho de mucha gente desde entonces.

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